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jueves, 7 de enero de 2010

TREN, CUENTO DE ENRIQUE GIL GILBERT




Ellos los veían trabajar todos los días. Eran hombres venidos de la ciudad y gringos de sombrero alón, pantalones de montar y pipa en la boca.

Iban a ver como trabajaban. Pasaban horas y más horas contemplando como rompían la tierra con sus picos o echaban cascajo encima del relleno para poner unos palos acostados.

-Es el tren que va a venir.

Explicaban.

De entre ellos algunos, que habían estado por arriba lo conocían.

Era un carro enorme que corría más duro que un perejero y parecía animal.

Arrastraba rabiatados una porción de carros. A veces gritaba “como chico llorón”. Cuando avanzaba sobre los rieles –contaban los que lo conocían- nada respetaba. Por allá arriba había matado cuanto chivo y borrego. ¡Y nadie les pagaba nada!

Así decían. Los otros escuchaban absortos.

Pero los gringos decían que iban a traer la civilización. ¿La civilización?¿Y qué sería eso?
Todos discernían y cada cual emitía su opinión.

-¡Er tren! ¡Er tren!

Ya saben el nombre. Por lo pronto era bastante.

Los que sabían algo explicaban a los que recién venían, atraídos por la novedad.

Y los picos seguían rompiendo.

Habían traído unos aparatos… “más fregaos”…!

Eran unos tubos que los ponían sobre unas cosas de tres patas, largas como de gallaretas. Por ahí aguaitaban… ¿Qué verían?

¡Ah! Pablillo había visto. Era para aguaitar unos palos colorados y blancos que los ponían para verlos.

Pablillo se reía de los gringos.

¿No tendrían qué hacer? ¿O serían locos? ¿O brujos?

Una vez se le habían ocurrido aguaitar y un gringo alto le había dado un sopla mocos y que no le dejó más ganas. Solamente de lejitos iba a ver.


II


¿Qué te parece a vos?

Pa mi questo ni me va ni me viene…

¡No te han quitao nada e tu terreno?

He oído argo de eso. Izque lo ban a aspropiadás.

Despropiadás, hombre.

Gueno yo que se

A mí ya mi hicieron eso.

¿Ajá i como jué?

Vinieron cuatro gringoss con un pilo e blancos…

Ajá.

Y me preguntaron como me llamaban.

¿Pa que?

Yo que se…Y yo les dije…Que a quien le había comprao esto… Yo les dije que era a mí mesmo taita ya finao, que mi dejunto aquello se lo había dejao, que me lo había deja opa mí, que era eredasión.

¡Qué preguntones!

Después, que qué no más tenía… Yo les dije que mi mujer y mis hijos y se rieron toditos…Entonces me digieron que qué animales y qué propiedás… Tube que decisles todito… ¡Se pusieron a hablar y habla que habla! Después di un ratísimo salieron dándome unos papeles y diciéndome que estaba despropiedao y que cobrar en la gobernación. Si yo no quiero vender les dije, por eso era lo que más mejor arroz me daba. Si es pa bien de ustedes me digieron i se fueron sin hacerme caso. Lo necesitamos, dijo un gringo y se jué dejándome con los papeles.


¡Gringos desgraciados! Abusan porque son gringos.

-Sí, compadre.


-Si viera lo trabajosísimo qué ser papel pa cobrá. Si hay que pagar un pilo e cosas pa podés cobrá.


-Así son cobran pa pagar.


-¿Y todo eso pa que venga unten con la sebilización?


-¿Y cómo será eso?


-Dende ahora que a mi no me gusta.


-Como ha empezado…



III



Pasó algún tiempo. Los trabajadores avanzaban. Las expropiaciones continuaban y el tren no venía.


Habían colocado las líneas. Al fin un día dijeron que ya iba a llegar.


-¡Ya viene! ¡Ya viene!


Salían todas las mañanas a mirar por si acaso viniera. Pero no venía. Un día…


Vinieron unos señores elegantemente vestidos, con un cura y bastantes señoras. Hubo fiesta.
-La inauguración- le explicaron.


-La nauguración, se decían unos a otros. Esto es la nauguración…


Y se quedaban como si no les hubiesen dicho nada.


Pero a los pocos días ya no trabajaban.


Las mujeres pusieron el grito en el cielo. Ya no había trabajadores sedientos que consumieran la chicha preparada por ellas. Ya iban a llegar el tren. Una curiosidad por ver algo que no había visto se apoderó de todos poseyéndolos con furia.


Seguían desgranándose los días y el tren no venía.


La espera había engendrado la duda y estaba a punto de nacer la incredulidad.


¿Cuándo vendría?


Salían a ver cómo las paralelas a modo de dos largos brazos de un ladrón desconocido se tendían sobre los terrenos que les habían obligado a vender. Contemplaban el sendero interminable con una angustia tonta. Se preocupaban más de lo que debían por conocer de aquella máquina. Era una espera igual a la de los chicos en la noche buena.


-¡Ya viene! ¡Ya viene!


Se oyó un rugido espantoso. Los terneros balaron y huyeron. Los toros se miraron espantados. Las vacas quedaron enclavadas en el pasto. Los caballos tras un relincho galoparon, Los chanchos gruñeron de susto. A las serpientes se las vió pasar rápidas, como una lengua que lamiera, asustadas asustando a la gente.


Los hombres sintieron el temor innato que se siente ante lo desconocido. El rugido furioso apostrofó el silencio de la montaña cultivada.


El carro de hierro, negro, inmenso, arrollador, pasó tosiendo bulla y estornudando humo.


-Cuánta gente si ha tragao…

Todos sintieron la caricia de viento que dejaba tras de sí. Los viejos contemplaban con los ojos desorbitados tamaña cosa.


-¡Eso es cosa er diablo!


Cuando pasaron el tren y el estupor vieron…


…Querían ver con serenidad… Y no querían creer en lo que veían…


Al fin… Como saliendo de un sueño…


Un harapo… Un estropajo, un despojo…


-¿No sería la defecación del monstruo?


Se acercaron más y más.


Un hombre se adelantó. Tocó: estaba ensangrentado.


Era carne. Carne humana ¡Por Dios! Podía ser? –Era un muchacho. ¿Cómo estaba allí?


-¡Pablito! –gritó una mujer- ¡Pablito, mijito! Mira a tu mamá!...


¡Oy!... ¡Pablito!...

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